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Sobre nosotros


Pablo Bosque Obón

Ingeniero, formador y especialista en electrónica aplicada


El origen

El comienzo del tiempo digital


Mi historia comienza en el instante en que el reloj de los sistemas Unix marcó su primer latido, ese punto de partida simbólico en el que la informática moderna empezaba a tomar forma. Nací en una época en la que la memoria de ferrita cedía terreno al silicio, justo cuando el Intel 4004, aquel microprocesador primitivo que inauguró una nueva era desde un encapsulado diminuto, demostraba que un chip podía contener más ideas que una habitación llena de relés. Crecí rodeado de esa transición: de lo analógico a lo digital, del componente visible al integrado oculto, de los circuitos abiertos sobre la mesa a la miniaturización que cambiaría para siempre la manera de entender el mundo.




 La forja

Soldadura, 8 bits y el primer destello de IA


Mis primeros pasos técnicos nacieron en los talleres de los Salesianos, entre el olor a estaño y el sonido de las cintas de casete cargando programas en un Amstrad CPC 464. Allí descubrí que la electrónica no era solo soldar componentes: también podía pensar. Lo entendí la primera vez que probé Sophos, aquel diseñador de circuitos impresos capaz de rutear automáticamente placas completas en un ordenador de 8 bits. Verlo encontrar caminos, resolver cruces y proponer trazados que parecían razonados fue mi primer contacto real con una forma primitiva de inteligencia artificial aplicada al diseño.


Con el tiempo supe que esa misma lógica había servido para dar “vida” a los monjes de La Abadía del Crimen, cuyos movimientos autónomos sorprendían incluso a los más expertos. Aquella combinación de técnica, ingenio y sensibilidad, nacida del talento de Paco Menéndez, me enseñó que incluso en las máquinas más humildes cabía una forma discreta e ingeniosa de inteligencia. Ese descubrimiento temprano, entre la soldadura y el código, marcó para siempre mi manera de entender la ingeniería.



 

La era conectada

El momento en que todo empezó a conectarse


Mi llegada a la universidad para cursar Ingeniería Técnica Industrial coincidió con un momento decisivo para la tecnología: la World Wide Web daba sus primeros pasos y Linux se abría camino como alternativa abierta. En ese contexto descubrí que aprender ingeniería y enseñarla a la vez era una de las mejores formas de entenderla en profundidad. Aquellos primeros años combinando estudio y docencia marcaron mi manera de pensar: comprender es importante, pero saber explicarlo lo es aún más.


Esa inquietud me llevó al campo del tratamiento digital de imágenes, cuando la “multimedia” cabía en unos gráficos CGA y en los tonos metálicos de una Sound Blaster. Me fascinaba capturar una señal analógica, digitalizarla y transformarla en datos útiles. Ese trabajo cristalizó en mi primer gran proyecto: una tarjeta digitalizadora de vídeo en blanco y negro, diseñada para analizar imágenes con recursos muy limitados. Gracias al apoyo de mi profesor en Salesianos, Manuel Torres Portero, aquel desarrollo obtuvo el Primer Premio en el Certamen Nacional de Jóvenes Investigadores, confirmando que mi camino estaría siempre ligado a la tecnología y a la formación.



 

La ingeniería aplicada

El camino que me llevó a crear IPZ


Tras mi primera etapa académica di el salto a la ingeniería aplicada, trabajando en el diseño de sistemas electrónicos que iban desde el audio profesional hasta la domótica. Fueron años de laboratorio y prototipos, donde aprendí que un buen diseño nace del equilibrio entre teoría y práctica. Mientras la informática doméstica cambiaba con nuevas interfaces y el mundo descubría la PlayStation y el formato MP3, yo entendía que la ingeniería solo avanza cuando se prueba, se mide y se vuelve a empezar.


Esa experiencia me llevó más tarde al ámbito de las radiocomunicaciones, un territorio donde cada decisión técnica cuenta y donde el medio deja de ser un cable para convertirse en el propio aire. Fue una etapa exigente, marcada por la expansión de la telefonía móvil y por la necesidad de garantizar comunicaciones fiables en entornos complejos. Allí comprendí que la ingeniería también es estrategia: anticipar, optimizar y construir soluciones robustas incluso cuando todo cambia de un día para otro.


En ese contexto, y con el mundo tecnológico mirando con incertidumbre hacia el cambio de milenio, tomé una decisión clave: crear IPZ (Innovaciones Productivas Zaragoza) como una estructura propia para desarrollar ideas sin límites. Con el tiempo, IPZ se convirtió no solo en un espacio para innovar y diseñar productos industriales, sino también en un punto de encuentro formativo para profesionales que buscaban aprender electrónica desde la práctica. Paralelamente, comencé a ejercer como Ingeniero Técnico Industrial en Ejercicio Libre y a colaborar como perito dentro del turno de oficio del Colegio de Graduados en Ingeniería e Ingenieros Técnicos Industriales de Aragón, atendiendo tanto consultas técnicas como encargos periciales y trabajos profesionales para clientes. Una labor que continúo desempeñando hoy como colegiado en activo, y que consolidó una forma de entender la ingeniería basada en unir creatividad, rigor y utilidad real. 




El retorno al aula

La docencia como investigación


La docencia llegó a mí de manera natural. Tras años de ingeniería aplicada y proyectos industriales, regresé al ámbito académico para completar mi formación: obtuve el Grado en Ingeniería Electrónica y Automática, cursé el Máster en Dirección de Empresas y avancé en un Doctorado Industrial orientado a conectar la investigación con las necesidades reales del sector productivo, un proceso que desarrollo en paralelo a mi actividad profesional. Todo ello coincidió con un momento clave para la tecnología: la llegada del primer iPhone, que redefinió nuestra relación con la información, y la expansión de la impresión 3D doméstica, que permitió fabricar ideas desde cualquier escritorio. Aquella revolución reforzó mi convicción de que un ingeniero debe mantenerse siempre en movimiento.


Con esa base llegué a distintas instituciones universitarias, impartiendo clases en áreas como imagen y sonido, electrónica aplicada, diseño de proyectos, CAD/CAM/CAE o expresión gráfica. Actualmente soy Profesor Asociado de la Universidad de Zaragoza, donde continúo desarrollando una docencia que entiendo como una extensión natural de la ingeniería. Para mí, enseñar no consiste en repetir datos, sino en mostrar un criterio, una forma de razonar y un método para resolver problemas reales. Acompañar a los alumnos en ese proceso, desde justificar un diseño hasta convertir una idea en un prototipo funcional, se ha convertido en una de las partes más gratificantes de mi trabajo.




IPZ Formación

Enseñar tecnología desde la práctica


Hoy, desde IPZ Formación, combino ingeniería, docencia y experiencia real para ofrecer talleres donde los estudiantes aprenden electrónica como se aprende de verdad: midiendo, soldando, prototipando, equivocándose y volviendo a intentarlo. Mi propósito sigue intacto: convertir la complejidad técnica en conocimiento útil y acompañar a cada alumno en el camino que lleva de la teoría a la práctica.